En palabras llanas, Asturias sigue perdiendo gente. Menos que en años anteriores, pero sigue perdiendo gente. Y no ha perdido más gracias al aporte invaluable de la inmigración de América Latina y de Marruecos, principalmente.
Los datos presentados ayer por el Instituto Nacional de Estadística, correspondientes al primer semestre de 2019, nos dibujan un Principado avejentado, con un promedio de edad de 48 años y medio por ciudadano; menguante, la gente que se va es mayor a la que se queda y, lo que es peor, sin futuro: hay más muertes que nacimientos en la región, es decir un saldo vegetativo negativo de que en el periodo estudiado fue de 4.126 habitantes.
Así, se confirma la pérdida de más de 60.000 asturianos en una década, que pudieron ser muchos más si la inmigración, con su aporte doble de extranjeros nacionalizados, con DNI, y extranjeros recién llegados a España, con NIE, no traía luz al ocaso regional.
Esto hay que entenderlo bien. Las cifras del INE, similares a las de los últimos años, calculan que son 40.753 los nuevos asturianos que viven en la región: Casi 17.000 de la Unión Europea, 15.840 de sur y centro América, 5.317 de Africa y 2.596 de Asia, todos ellos con NIE, es decir que todavía no cuentan con nacionalidad española. Pero los mismos expertos, recuerdan que al contingente anterior hay que sumar los 38.720 extranjeros nacionalizados residentes en el Principado, lo que da como resultado que a julio de 2019 en Asturias había 79.473 nuevos asturianos… aparentemente.
Y digo aparentemente porque ese número no toma en cuenta a los niños de padres extranjeros nacidos en Asturias, la llamada segunda generación y la tercera, que ya la hay, que siguen sufriendo los mismos problemas de los recién llegados. Así también el INE pone en el saco de los foriatos con origen europeo a muchos inmigrantes extra comunitarios que en su momento sacaron nacionalidad en países como Italia y Portugal… precisamente las naciones que aportaron el mayor número de nuevos empadronados de origen europeo a España en el periodo estudiado. Y, por supuesto, no quiero olvidar a todas esas personas que por sus precarias condiciones de vida ni siquiera pueden formar parte del padrón de los diferentes ayuntamientos de Asturias, con todo el drama social que esto acarrea.
¿Cuántos son los nuevos asturianos en verdad? No encuentro a nadie que me dé una respuesta, pero estoy convencido que sobrepasamos ese 8% que se nos ha asignado. Tampoco encuentro autoridades sensibles a los matices y detalles expuesto y que solamente los inmigrantes podemos percibir. Queda patente que los nuevos asturianos somos la fuerza que está luchando contra la crisis demográfica de Asturias, entonces ¿por qué no se está favoreciendo su integración y adaptación a la región? ¿Por qué no se han desarrollado políticas que faciliten la vida, en todos sus aspectos, a los recién llegados al Principado y a los que, a pesar de tener una vida aquí, siguen siendo ciudadanos de segunda?
Me cuesta creer que un gobierno que tiene un comisionado especialmente dedicado al reto demográfico no haya reparado en los beneficios de acoger y potenciar un músculo social que, según los mismos datos del NE, está conformado en un 50% por personas de entre 20 y los 39 años, las más predispuestas a incorporarse al mercado laboral y a formar una familia, dos cosas que la región demanda con urgencia. Como siempre, dejo planteadas las preguntas y espero, con humildad una respuesta de las autoridades y de los políticos regionales.